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Las plantas medicinales, como un elemento de la naturaleza, han acompañado al ser humano a lo largo de su evolución. Todas las civilizaciones las han utilizado para tratar o prevenir enfermedades.

Ya en la prehistoria, el hombre aprendió por medio de la intuición, la observación y la experiencia a utilizar los medios que ofrecía la naturaleza para sanarse.

En Asia, los sumerios, considerados una de las primeras civilizaciones de la humanidad recogieron en sus ideogramas, formulaciones de plantas medicinales.

Para la medicina tradicional china, la fitoterapia es una de sus herramientas principales, existen textos que datan del 2700 a.C que recogen 8160 formulaciones de plantas.

En India, 1300 años a.C la medicina ayurveda empleaba ya preparados de plantas que en su mayoría siguen utilizándose en la actualidad.

En occidente, la cultura griega con Hipócrates (460-377 a.C) empieza a surgir lo que llamamos la medicina occidental y un poco más tarde Galeno (201-131 a.C) inspirándose en su obra fundó la ciencia de las materias medicinales y sus preparados: la “farmacia Galénica” basada principalmente en plantas medicinales.

Por otro lado, los médicos árabes y como principal figura Avicena, recopiló los remedios más eficaces de su época cuya base principal era la fitoterapia.

Posteriormente, el estudio de la fitoterapia fue evolucionando y el avance progresivo de la ciencia permitió que la química, la física y la botánica se desarrollasen de forma espectacular.

Pero a principios del siglo XX, por el mismo desarrollo científico, los preparados químicos sintéticos fueron desplazando a la fitoterapia aunque, por otro lado, esos mismos avances permiten, a partir de los años 70, aislar e identificar los componentes de las plantas responsables de su acción terapéutica, y así, es ahora la misma ciencia la que puede demostrar sus cualidades medicinales analizando sus principios activos. Sin embargo, una planta medicinal, no es sólo un conjunto de elementos químicos, es un ser vivo, y su eficacia no depende solo de su estructura química, sino más bien del equilibrio proporcionado por todos sus elementos y de la fuerza vital que contiene y le da la vida, cualidades indispensables que el ser humano nunca podrá imitar en un laboratorio.

Un texto de Montse Martínez