Si tuvieras que dividir tu vida en etapas, ¿cuáles serían? Normalmente en nuestra cultura occidental clasificamos las etapas según la actividad que realizamos: guardería, colegio, instituto, universidad, vida laboral y jubilación. También la categorizamos por infancia, adolescencia, juventud, edad adulta y vejez. Otra opción es, si se pertenece a alguna religión, por ritos, como por ejemplo en el catolicismo: bautismo, comunión, confirmación, matrimonio. Por otro lado muchas tradiciones orientales también han hecho clasificaciones, en la medicina tradicional china, por ejemplo, son ciclos de siete años para las mujeres y de ocho para los hombres.
En este artículo vamos a hacer una síntesis de la clasificación en doce etapas de acuerdo a las sabidurías y tradiciones más antiguas (judaísmo, hinduismo y taoísmo) compiladas por Koby Nehusthan.
¿Por qué doce? Doce es un número clave. Existen los doce signos astrológicos, los doce meses del año, las doce tribus de Israel, los doce meridianos de la medicina tradicional china o los doce ángulos para que un espacio exista. Estas doce etapas son fases que debemos atravesar, tienen una función y cuando no se completan quedan pendientes. Podemos quedarnos estancados/as en alguna de ellas o superarlas. Los síntomas de cada etapa, o aquellos que surgen en ellas y se mantienen, van a tener que ver con estas fases no superadas.
Las primeras cuatro etapas son el periodo anterior al nacimiento, etapa en la que no somos conscientes todavía. Al igual que empezamos a digerir la comida antes del proceso digestivo en si mismo, la llegada a este plano comienza con la intención que hay detrás. La intención es el pistoletazo de salida para cualquier acción que se lleva a cabo.
La primera tiene que ver con la historia de nuestros padres, quienes eran, cual era su vida y cómo eso influyó y está reflejado en nuestra vida. La transferencia de padre/madre a hijos/as es lo que se denomina transferencia intergeneracional.
La segunda es el momento de la concepción, que va a marcar la concentración de energía vital. En qué estado estaban nuestros/as progenitores/as en el momento de concebirnos (si fue fertilización, el estado físico, emocional, etc.)
La tercera es el embarazo, todo lo que nuestra madre experimenta en esta fase, los síntomas que tiene, lo que vive mientras está embarazada.
La cuarta es el nacimiento y el proceso por el cual se da: parto natural, cesárea, ventosa, si nuestra madre recibe anestesia general y si nacemos prematuros/as, con el cordón alrededor del cuello, etc.
La quinta etapa es de cero a un año. En esta etapa nuestro cuerpo se prepara para albergar al ser que lo habita. Los síntomas que se manifiestan durante esta etapa desvelan nuestra sensibilidad innata. Es el proceso de adaptación a este mundo.
La sexta es la primera infancia, de uno a cinco años. En esta etapa se empieza a definir nuestro ser. Se podría titular a esta etapa como Definiendo el Yo. Los síntomas físicos muestran la necesidad que tenemos de expresar esa singularidad. Se trata de una etapa en la que nos conocemos sin influencia del mundo exterior. Cabría destacar que es un momento en el que la imaginación se desarrolla y juega un papel importante.
La séptima etapa es la segunda infancia. El ser que ha empezado a definirse en la primera etapa pasa a mezclarse con otros niños/as; se inserta en la dinámica social. En esta etapa seguimos evolucionando en nuestra definición de quienes somos a partir de compararnos con el/la otro/a, qué nos diferencia o en qué somos iguales. Esta etapa es muy importante porque si alguna persona adulta es capaz de validar lo que realmente somos, entonces podremos vivir nuestra vida sin escisiones y de acuerdo a nuestro ser auténtico.
La octava etapa es la adolescencia. Es el periodo de los doce a los veinte años. Aquí se da la madurez sexual. En este momento tres comportamientos pueden darse (no siempre a la vez y no siempre los tres). El primero es el de rebelarse, porque a partir de rechazar lo que no queremos nos encontramos a nosotros/as mismos/as. El segundo es meterse en una burbuja, no comunicarse. Esta burbuja suele ser la habitación propia que empieza a tener todas las características e imágenes que te definen. Y el tercer comportamiento es llevar todo al extremo, buscando los limites para sentirnos. Las crisis en esta etapa tendrán que ver con el hecho de haber sido capaces de validar nuestro ser interior en la etapa anterior.
La novena etapa es la primera edad adulta, donde el cuerpo ha dejado de crecer de manera natural. Hasta aquí el cambio y la evolución ha sido mecánica y necesaria y a partir de esta etapa el cambio y la evolución dependen de nosotros/as. Muchos/as de nosotros/as nos quedamos en la fase anterior aunque nuestro cuerpo vaya envejeciendo, o sueñan con esa etapa como un momento al que volver. Esta es la época (de veinte a treinta y cinco años) de probar al mundo quienes somos.
La décima etapa es la “segunda oportunidad”. No siempre es necesaria si hemos vivido correctamente. Generalmente esta necesidad de otra oportunidad se da a través de una crisis, muchas veces en forma de enfermedad. Suelen ser síntomas de sistema músculo-esquelético, falta de vitalidad o hasta crisis severas con enfermedades fatales. La pregunta en esta etapa es: ¿estoy viviendo como quería vivir? o ¿he hecho lo que tenía que hacer?
La undécima etapa es la vejez, el fruto (de los sesenta hasta la muerte). Este es el momento de los resultados, de saborear los frutos de la vida, las manifestaciones de lo que ha sido nuestra vida. En esta etapa se suele dar un reflejo de nosotros/as mismos/as del que no podemos escapar, suelen aparecer todas las cosas que no hicimos o vivimos.
La duodécima etapa es la muerte, el final del camino. Los tratamientos que puedan darse en esta última fase deben estar orientados a cómo afrontamos la muerte, así como en la aceptación y plena conciencia del proceso.
Estas enseñanzas tienen dos objetivos: conocernos a nosotros/as mismos/as y, si eres terapeuta, comprender en qué fase está tu paciente y poder acompañarle de tal manera que pueda apartar de su camino el obstáculo que no le permite avanzar y seguir el curso de la vida.